sábado

La mirada analítica profesional



Historia 11 (palabras del psicólogo de la familia)

Huyo de lo que me sigue y sigo a lo que me huye…Ovidio



(Extractos del informe obtenido por Policía Federal Argentina en el consultorio del Licenciado Alsofá, terapeuta de la familia desaparecida)

- Atendía esta familia desde hace aproximadamente tres años. No es mucho más lo que puedo decirles. No puedo ni quiero abrir mis archivos y compartirlos con nadie. Sería una falta de ética.
- Después de todo existe algo llamado secreto profesional, no sé si ustedes lo escucharon alguna vez, supongo que no, porque de haberlo escuchado no estarían aquí.
- Todavía no hay datos concretos sobre qué fue lo que pasó así que nos estamos manejando con suposiciones. No hay mucha información al respecto. Qué pasó? No sé. Desconozco.
- Eran una familia como todas, con sus problemas, pero con ganas de buscar herramientas para mejorar la convivencia.
- Síntomas esquizoides? Sinceramente me parece una pregunta absolutamente fuera de contexto. Todos los integrantes de esta familia eran mis pacientes y mis diagnósticos sobre ellos no les conciernen.
- Diferentes…Tal vez muchos los vieran así. Quién no es diferente al otro les pregunto.
- Les pido que si vuelven traigan una orden del juez, de otra manera ni se molesten en aparecer por acá. Mi secretaria les indicará el camino de salida. Buenos días

viernes

La vecina preocupada

Historia 10 (la entrevista)

No aliviarás mi preocupada mente? Eric Clapton


- Disculpe señora somos del canal 10, nos gustaría saber si conocía bien a sus vecinos y qué opina de lo que pasó anoche en la casa de al lado.
- Son de la tele? Pasen pasen, disculpen el desorden, es que con la cantidad de vidrios que hay por todos lados estamos limpiando desde la mañana. Siéntense por favor…Quieren tomar algo?
- No, gracias, así estamos bien. Qué puede decirnos de los sucesos de anoche?
- La verdad no mucho, sentimos los ruidos y alcanzamos a ver un haz de luz muy potente pero la verdad no puedo agregar nada más. El tema éste de los vidrios, no? Raro, se astillaron de una forma incomprensible.
- Sí. Extraño, sin duda.Conocía bien a sus vecinos?
- Bueno…Viví en este barrio toda la vida y conozco a todo el mundo por acá. A ellos nunca los traté pero nos saludábamos, claro. Eran gente educada…
- Nunca habló con ellos?
- No. Le diría que nadie del barrio hablaba tampoco. Nunca recibían visitas me parece.Daban la sensación de ser una familia unida. Tenían algo como distinto, no sabría explicar muy bien qué…
- A qué se refiere con distinto?
- No sé…Distinto…Sobresalían, altos, lindísimos, casi perfectos. Algo en el caminar…no podría explicarlo con exactitud. Parecían extranjeros. Pero no, sé por mi madre y mi abuela que también son de este barrio de toda la vida que ellos siempre vivieron acá. De buena posición económica también, supongo, una casa y parque que ocupa toda una manzana en este barrio…Tendrían plata supongo. Mucha.
- Algúna otra cosa que recuerde o quiera comentar?
- Lo pienso y la verdad…no. No se me ocurre nada. Encontraron los cuerpos?
- No, la policía no aclara mucho pero aparentemente está todo en perfectas condiciones salvo los vidrios, que están por todas partes y el enorme agujero en el techo.
- Qué extraño todo, no? Por el ruido pensamos en casa que había explotado algo…
- No, nada parece indicarlo…Muchas gracias por su tiempo señora.
- No, por favor, nada que agradecer. Y sí…es muy extraño todo… Preocupante. Mucho.

jueves

Cristales en la noche

Historia 9 (el resplandor)

Sólo un trozo de cristal que se rompió…José María Napoleón


Todo estaba en absoluto silencio.
Las copas de los árboles intentaban acariciar el cielo desde su altura.
La luna permanecía escondida detrás de la negrura de la noche.
Nada se movía.
Todo parecía suspendido en el tiempo.
Un sonido áspero y constante surgió de la nada, como un tambor seco de caña.
Como un llamado nostálgico en el medio del llanto.
Un haz de luz iluminó la casa desde arriba, penetró el techo y los vidrios se hicieron pedazos.
El ruido de la explosión, sordo y lastimero como la vida misma, interrumpió el sueño de los otros, los iguales y comunes, quienes se dirigieron a sus ventanas y puertas a comprobar un desastre anunciado.
Nada podía prepararlos para el espectáculo de la noche del acontecimiento.
Ni para el resplandor que los dejó en la ceguera total del olvido.

Envueltos en los cristales de la noche.

Una incursión en los tics de la memoria

Historia 8 (hermano 4)

Se escape cielo adentro hacia una nueva dimensión…Los nocheros


No recordaba nada de su infancia.
No reconocía a nadie más que a sí mismo.
Si alguien le suministrara los medios o la vida lo hubiera bendecido con un poco más de inteligencia y de imaginación, los mataría a todos. Todos.
Creció callado y reservado en sus gestos y en sus palabras.
Una batería de tics eran parte de su ser que afloraban ante toda situación de stress o cuando se despertaba su soledad dormida.
Nunca tuvo amigos.
Lo criaron casi a reglamento y sin ningún interés (cuenta la leyenda familiar que recién le pusieron nombre a los dos años porque no les pareció importante el tema de la identidad).
Sobrevivió porque lo llevaba en las tripas, sólo por eso.
Siempre se las arregló bien solito, no ocupaba demasiado espacio (de hecho siempre durmió en un sillón del amplio living), usaba la ropa que los demás dejaban y era como un personaje que todos saben que está pero que realmente nadie ve.
Lo apodaban medio en broma medio en serio El Invisible, frecuentemente era el centro de algunas bromas familiares cuando había que matar los silencios a la hora de comer y era imperativo demostrar la pseudo unión familiar y sentarse todos a la mesa.
Juntó bronca en su ladino corazón desde siempre… quién se atrevería a culparlo?
Después de todo, era Nadie allí.
Un solo pensamiento daba vueltas en su cabeza todo el tiempo.
Matarlos a todos.
Desaparecer.
Quizá de esa forma fueran de una vez y para siempre una misma sangre, todos confundidos en la masacre de los cuerpos.
Matarlos a todos.

Desaparecer

Yegua de la castidad

Historia 7 (hermana 2)

Si estás más solo que la luna, dejate convencer...Joaquín Sabina


Que digan lo que digan…
Total a quien le importa lo que puedan decir los otros, esos que se cagan en uno sin ser demasiado eficientes en disimular.
Siempre le tocó la figurita difícil en el álbum de la vida y la verdad que no le arrugó demasiado al destino ni a la familia.
Desde chica que intentaba ser parte sin saber muy bien de donde, arañando las paredes de la infancia sin encontrar explicación a los silencios de los grandes y la repulsa de los otros.
Creció descaminada para algunos, contestataria y rebelde, ajena y maldita en el croquis del orden parental.
Se sumergió primero en peleas fútiles para terminar como simple ánima maldita que confundía ser alguien con la identificación de grupos ochentosos de rock extranjero.
El negro era su color, su definición de muerte en vida, el ataúd cromático que la guardaba cálida y segura en una memoria inventada pour la galerie.
Desde los catorce que tenía claro que lo suyo no era guardar el sexo en conserva y se prodigó sin reservas con cualquiera…qué más daba.
Nunca conoció el límite aunque le hubiera encantado sufrirlo, ser una parte más del mecanismo de las rutinas que veía cotidianas en los otros, en aquellos de familias de propaganda de productos de limpieza o de fideos y salsas.
La realidad la enmarcó en el sitio equivocado pero no estaba dispuesta a correrse del espacio ocupado, no porque lo valorara sino por simple aceptación y pertenencia.
Era una más en el contorno de ese grupo homogéneo y estrafalario que era su familia y no estaba dispuesta al exilio ni a la solitaria diáspora.
Era lo que era, vivía a calzón quitado sin que se le escapara una lágrima.
Era una colgadura más en la hilacha del abrigo de sus padres, una boca más para mantener, una caricia menos para confortar.
Era lo que era y nada más, para que buscarle más explicación al asunto.
Puta, si señor…
A mucha honra.

Una buena definición no necesita ejemplos

Historia 6 ( hermano 3)

I'll meet you in the morning when you wake...Keane


Siempre estaba jugando a perder tal vez porque le parecía gracioso no parecerse a nadie aunque en realidad se parecía demasiado a todo el mundo.
No le gustaba su casa, no le gustaba su vida, no le gustaban sus padres ni hermanos, no se gustaba él mismo.
Eran los demás y él. Así planteado, unos contra otros en un juego inexistente, en una partida de póker que no admitiría vencedores ni vencidos.
Nada le venía bien nunca, desde la panza como decía su madre, o desde que crecieron sus orejas según su padre.
Los hermanos preferían no cruzárselo demasiado. Lo evitaban en cada pasillo y ni hablar de compartir cuarto. Por suerte la casa era grande y uno podía ocupar un espacio propio sin joder a nadie.
Las comidas eran otra historia.
Caras largas y largos silencios entre bocado y bocado.
Siempre las mismas preguntas repetidas hasta el cansancio, siempre las mismas heridas a flor de piel, siempre los mismos rostros demudados ante la realidad desnuda de adornos y llena de cicatrices…
Trataba de escaparse a su cuarto con cualquier pretexto válido o no pero aceptable para justificar su ausencia, que la cabeza se me parte, que tengo un trabajo practico pendiente, que “piqué” algo antes, que necesitaba ir al baño…todo servía. Después de todo, la mesa nunca era un jolgorio con una madre ultra eficiente pero demasiado volcada a sí misma, incapaz de ver la punta del iceberg más por negligencia que por estupidez, un padre casi siempre ausente, de esos que te miran sin verte, más preocupado por todo lo que no hizo que por lo que podría hacer, un hermano drogón y otro encerrado en su mundo, una hermana bellísima y autista (cosa inútil si las hay) otra fea, puta y rencorosa, y el mas chiquito, una bomba de tiempo siempre a punto de estallar, capaz de las acciones más impensadas y peligrosas.
Que hacer ahí, en esa mesa, en esa casa, en ese barrio, en ese mundo…
Que tenía que ver en todo esto.
A veces fantaseaba e imaginaba historias de abandonos y adopciones, pero sus orejas eran el símbolo exacto de pertenencia familiar, y a eso, no había forma de obviarlo ni omitirlo.
Que ganas de ponerle una molotov al mundo, de levantarse y no ver nada, de formar parte de una nada distinta a la nada familiar.
Como involucrarse con esos otros tan parecidos pero tan distintos, con esa fisonomía familiar más parecida a una maldición que a una bendición, con ese lenguaje que no se pronunciaba pero que circulaba casi en diferido y con interferencia en cada uno de los cerebros de la casa.
La cosa nunca fue fácil, obvio, lo supo ni bien se vio a un espejo por primera vez y se reconoció diferente en su igualdad, cuando sus pensamientos nublaban su cerebro y solo le permitían hundirse en su yo interior en el medio de la abulia y la inercia de la disfunción familiar.
Pensó en alternativas validas y otras no tanto al mismo tiempo que se perdía en el naufragio de cada aceptación diaria de su existencia.
Empezó negándose para aceptarse, disculpando a los demás al tiempo que los defenestraba en su interior (el ejercer la rutina del desprecio no es cosa fácil aunque si edificante cuando se tiene poco que perder) e intentó no sucumbir a esas ganas locas, muy locas, de salir corriendo para esconderse en algo parecido al país de nunca jamás que bien sabía existente pero imposible de alcanzar sin apoyo parental.
Se subió primero a la autopista de la vida sin mayores ambiciones, sin sutilezas, abarcándolo todo hasta donde daba la vista, en el centro, las luces de colores le lastimaban el alma. Se perdió por Corrientes cerca del obelisco en la magia inaudita de lo marginal con gusto a viejo pero tan querible a la vez aunque sin conocerlo. Sus pasos deambularon sin rumbo definido en el perfil puntiagudo de su recuerdo, hoy tan lejano y casi inmemorial, pero no, de eso no se hablaba, claro, mejor no, nunca.
Caminó y caminó, olfateó cada una de las esquinas que le parecieron mágicas y atemporales, se perdió en el Once maravillándose en esa mezcla de etnias tan lejanas y tan folklóricas, una suerte de típica argentinidad mezclada con inmigración sojuzgada.
Horas después recaló en un tugurio maldito y sucio que le pareció más hogar que el propio aunque eso no era algo tan difícil después de todo.
Se acostó pero no durmió, utilizó el tiempo para concebir ideas locas y para poner la mente en blanco.
Buscó alternativas posibles pero no encontró ninguna práctica y razonable
Se levantó despacio y sin apuro al despuntar el sol por la ventana oculta tras la raída cortina del cuarto.
Pasó lista a sus miserias matutinas y enfiló derecho para el nofuturo metiéndose las penas de un saque en algún lugar del alma si es que eso existía.
Se acomodó el pelo tras de las orejas y se levantó el cuello del abrigo.
Se fue sin haberse ido nunca realmente, volvió sus pasos hacia su casa, único hogar posible, única referencia, última defensa y ataque a la vez.
Era lo que era y no había marcha atrás ni escapatoria posible
Se metió el destino en el bolsillo y se fue derechito por el camino de la pena.
Cantando bajito

Cuando se pierde el ojal siempre hay un roto para un descosido (Amigo pasame una sequita)

Historia 5 (Hermano 2)

When your day is done and you wanna run; cocaine…J.J. Cale


El problema era su incapacidad para decir basta, a veces hasta él mismo pensaba que era algo genético, pero no, no era así. Sencillamente era un artífice natural de la paciencia y de la melancolía teñida de romanticismo con idolatría adolescente, mezcla explosiva si las hay…
Sus días eran una mezcla de energía pura con momentos en blanco, equiparados solamente con su enorme y displicente capacidad para mentir y enredar cualquier situación un poco por la costumbre y otro poco sólo porque sí.
Por años le dió fuerte a la bebida, las pastillas y a cualquier sustancia que le permitiera la evasión, total, que más fácil que no ver ni sentir para utilizar al otro.
Escondió su deterioro bajo la máscara de chico bueno y a la larga logró estupendos resultados ya que siempre mantuvo a flote un porcentaje de credibilidad.
Eso sí, nunca se estaba verdaderamente seguro cuando estaba bien o estaba mal, cuando lloraba o cuando reía ,ya que sus gestos eran todos iguales y su cerebro se achicaba en relación a la pérdida de sensibilidad.
El tema era que uno primero lo trataba, después se encariñaba y cuando veía profundamente en sus siempre acuosos y enrojecidos ojos solo encontraba la nada y ahí…solo desilusión quedaba y ningún espacio para nada más.
Igual…lo bancaban todos, era una suerte de cachorro diligente mezclado con mueble esquinero (esos que siempre tiene uno en una casa y por su forma la verdad que no sirven para nada) que no llamaba demasiado la atención y que no hacía demasiado ruido.
El problema vino casi sin que nadie se diera cuenta o lo notara, no por ceguera intelectual sino por confianza y respeto; apareció cuando sorteó con éxito su incapacidad para decir basta y enroscó a todos los que lo conocían en su saco de lástima.
No fue de un día para otro, pero fue…y como dolió.
Desaparecieron las palabras, los objetos y la confianza en un soplo, volaron por el aire las conversaciones invertidas y mostro su cara más vil que parecía tallada en cemento.
Los dejó en cal viva, aunque no se fue nunca, y estableció su perverso sistema de alianzas que hizo caminar a todos en una cuerda floja como frágiles equilibristas de un circo olvidado cuya carpa está rota y sus animales enfermos o deteriorados.
Prometió cambiar, claro, eso siempre es obvio y cada uno puso su granito de arena y su sonrisa pintada con algo que no tenía que ver con la verdad ni con la esperanza sino con la necesidad y la urgencia (ojo que de decreto no tenía nada).
Todo cambió. Pero no él, cambió el sistema de interacciones, comenzaron las aceptaciones y la política de creencias, el apostar al futuro y el creerle a la neurona en conflicto. Se institucionalizó la mentira en un juego donde siempre se pierde y nunca se gana.
Las relaciones se volvieron de plástico y todos los demás quedaron como frágiles sobrevivientes de un barco a la deriva que va derecho al naufragio, llevando como carga la adicción y tripulantes duros.

Alguien muy sabio, profeta de la calle y la miseria dijo una vez:
Los que no sirven ni para testigo no merecen un lugar en este mundo.
Habría que modificarla…
Los que no sirven ni para testigo no merecen un lugar en esta casa.

Flores nostálgicas a la hora del té

Historia 4 (Hermana 1)

Silencio que no es silencio…Los tipitos


A quién no le gustaría ser como ella, frágil criatura de húmeda mirada y etérea figura que más que caminar parecía deslizar su imagen por los caminos de la vida.
Describirla sería no hacerle honor suficiente a su tímido encanto que llevaba consigo desde su concepción cuando pataleaba con vigor acompasado en el útero materno acompañando con sus movimientos el inicio de su historia y su carácter.
No hablaba mucho, sus palabras justas y medidas eran el corolario lógico a su frondosa imaginación, poblada de figuras en constante movimiento, muñecas parlanchinas, animales enormes y amigos imaginarios para la hora del té.
La escuela era un problema, si, no hay que negarlo. Las largas horas de estudio, sentada y en escucha atenta no eran para ella.
Como interesarse en operaciones matemáticas, en la vida de los próceres (qué sería eso, no?) , en el modo subjuntivo, en cuentos aburridos y olvidables año a año.
La vida era otra cosa…
Verdes praderas con unicornios retozando, árboles de colores pasteles que arrullaban a sus pies, lagos cantarines de melodías y lenguaje dulce e incomprensible, cielos de colores como chupetines deliciosos.
Y los ángeles, sobre todo ellos, firmes y serenos acompañantes en la inigualable hora del té, donde todos y cada uno adornaban la tarde en bandeja de plata, cofia de colores y música de pianola.
Qué fácil columpiarse en la risa de los otros, en el sonido de los pájaros desde el ventanal, en el tintineo de la porcelana de las pequeñas tacitas del servicio de té para muñecas, en las tortas de mentira que parecían reales en su forma y perfección.
Claro que la escuela no era para ella.
Quién podría entender cada uno de sus silencios.
Quién podría captar la mirada de alguien que no mira.
Quién podría interesarse verdaderamente en las obsesiones.
Quién podría estar dispuesto a meterse de lleno en ese mundo mágico e incomprensible de su autismo.
Quién podría hacerle entender a su familia que ella era solamente ella y no su enfermedad o patología.
Qué saben ellos si no pueden disfrutar de cada uno de sus ángeles ni de sus flores rotas en los jarrones de la infancia, de su mesita para el te poblada de amigos imaginarios, única compañía de su soledad autoconvocada por la inercia de los otros.
Qué saben ellos de su soledad.
Qué saben ellos realmente...

Ser feliz o tener un robot emo que se llame José Ramón


Historia 3 (Hermano 1)

Llegué hasta ahí…Peter Capusotto


Su vida parecía una parodia de la canción de Charly yendo de la cama al living, ya que eso era todo lo que hacía.
Sus días transcurrían en un limbo existencial que se sumergía hora tras hora en las sombras del techo. No tenía ambiciones y su vida parecía una página en blanco siempre a punto de ser escrita. Su catalogo de buenas intenciones incluían razones y más razones del porque no más que del porque si. En el oscuro letargo sólo algo movía su interior, el pequeño robot heredado, vaya a saber uno de donde y de quien, que descansaba en un estante olvidado de la pared desnuda.
Su mirada permanecía por horas perdida, enfocada por instantes en el robot cuyo plástico gris se confundía con los sueños raídos que poblaban el cuarto. Única compañía, tutor sin enciclopedia, compañero de juegos inmóviles, el robot parecía ser una pieza más del mecanismo de su vida.
Invadía sus pensamientos, sus pesadillas, su letargo…Dirigía sus movimientos como una cruel imitación de su existencia. Hasta nombre le puso y junto con el nombre le agregó una personalidad esquiva y oscura cual emo creciente de una sociedad vencida.
En su inconsciente imitaba los movimientos rígidos que debían imitarse, imaginaba largas conversaciones trascendentales sobre el universo así como inventaba comidas galácticas basadas en alimentos exóticos envueltos en papel plateado.
Pensaba argumentos irreales de película de clase B a la manera de Ed Wood e hilvanaba canciones en la guitarra eléctrica imaginaria de The Cult.
Las horas comenzaron a parecer menos insulsas y los días un poco más claros y a medida que este cambio sucedía el robot – José Ramón bautizado con coca cola light en la más rigurosa intimidad del cuarto– convertía su gris original en una tonalidad pardo negruzca.
Una mañana entreabrió la ventana porque el aire parecía faltar o sería que José Ramón lo inspiraba todo en larga bocanada y levantó su escuálida osamenta para correr la cortina que estorbaba.
Los cambios se fueron acelerando cada vez más, un día se levantó de la cama y comió en familia lo que causó tremendo sofocón en los allí presentes, otro levantó toda su ropa del piso y decidió lavarla en la pileta del baño con una mezcla extraña de jabón y lavandina que realizaba un efecto más que limpiante, exorcizante.
Una mañana preparó el desayuno para todos los que estaban presentes y milagrosamente, sonrió ante la mirada estupefacta que le devolvía el espejo de la memoria.
Tomó libros de la biblioteca y se metió bien adentro de personajes históricos y de filósofos progresistas.
Tomó una tijera de la cocina y cortó su pelo bien corto, para estar más cómodo según él, y cambió sus zapatos negros por unas maravillosas zapatillas blancas que descansaban muy orondas desde años atrás en el fondo del placard.
Todos estos cambios no pasaban desapercibidos, ni para los integrantes de la casa ni para él mismo y provocaban tímidas sonrisas de esperanza aunque no ausentes de práctico criterio.
Mientras todo esto pasaba, nunca pero nunca dirigió su mirada a José Ramón, que permanecía en el estante juntando polvo y en continua metamorfosis cromática del gris al más oscuro carbón. Allí permaneció olvidado, entre cambios de imagen, inicio de llamadas telefónicas con nuevos amigos, confección de facebook y desenfrenada velocidad de mensajitos de texto a la hora que fuera y a quien fuera.
Dentro de este esquema todo cerraba mucho más para el resto y era un mundo nuevo para él, un mundo con vida, un mundo de movimiento y realidad.
Una mañana, casi sin darse cuenta, en ese momento mágico que se ubica entre el estar despierto y completamente despierto, sintió una mirada en la nuca, algo fuerte y persistente que lo obligaba a girar su cabeza y enfocar su mirada en el estante. Desde allí, José Ramón manejaba los hilos de la servidumbre humana y modificaba sin esbozar sonrisa la practicidad del cambio, de ese cambio que en el fondo nadie quiere pero que es ineludible en personalidades frágiles y autoestimas débiles. Movió sus hilos en silencio, generó nuevamente la sórdida dependencia y desalteró el nuevo ritmo positivo con una sola mirada, ejerció el control de forma sabihonda y consabida.
José Ramón fue sacado del estante y desempolvado en un diálogo de silencios, fue revisado por vez primera con cuidadoso amor y profundo respeto, meticulosamente, con todo el tiempo del mundo, cada línea, cada forma fue examinada a conciencia y con devoción.
Algo faltaba…No se movía, en su espalda, detrás de una puertita mágica permanecía vacío el espacio pensado para la batería, motor y corazón de un emo robot persistente y diabólico en su inocencia.
Fue dejado nuevamente en el estante, lentamente, midiendo cada movimiento, con la suavidad que caracteriza a aquel que jamás rompería algo tan preciado como los hilos de la vida.
Una última mirada desde la puerta pareció encerrar toda una vida de recuerdos infantiles por un lado y de letargo entumecido por el otro, cargado ahora de decisión y de luz. La puerta fue cerrada despacio, como dejando atrás un mundo de miseria.
Sus pasos atravesaron la cocina y el living, pasos rápidos y cortos como la vida misma, dirigiéndose con decisión a la puerta de calle. Desde allí profirió el grito que sonó escalofriante para los que estaban dentro: ME VOY A COMPRAR PILAS.

Después de todo…Nada es para siempre.

Con la casa a cuestas y el abuelo en el placard

Historia 2 (El padre)

Escúchalas y ven: te están llamando. Thomas Merton


Tres horas manejando todos los santos días para terminar con el mismo stress de siempre, los autos que se enciman unos a otros corriendo la inefable carrera del sometimiento urbano.
Un día más como cualquier otro pero igual en su diferencia, difícil de explicar, más que nada por instinto de supervivencia, por ganas de sentir lo que uno no es.
Empezó a la mañana como un simple ruido zumbón en los oídos, un pegote infernal que parecía un moscardón iridiscente en el medio de la nada.
Y molestaba, molestaba, molestaba…
Qué se hace cuando uno no se banca más un sonido como ese?
Aguantar diría el abuelo, si te gusta el durazno bancate la pelusa, pero la verdad, no daba.
Camino al trabajo el ruido en aumento, llegada al infierno laboral y abejitas socarronas en la aurícula que parecían reírse de mi desgracia cotidiana, ser un simple arquitecto del rescate cultural capitalino, buscador insaciable de instalaciones absurdas, lamedor de traseros elegantes dispuestos a invertir en ridiculeces genuflexas mal llamadas arte.
Pero el ruido, sibilante y puntiagudo, como molestaba!
Y molestaba, molestaba, molestaba…
No sé porque el ruido traía a mi memoria imágenes paganas del pasado, mi infancia con subtítulos y mi inteligencia en conserva. Un aire familiar trocaba todo en evocaciones múltiples de rincones y lugares habitados, de mesas enormes en fiestas decembrinas, de triciclos y bicicletas abandonadas en la vereda, de chismeríos absurdos de comadres gordas abanicadas de rubores y fragancias baratas.
Y el abuelo…también presente en la evocación, desde la pipa y la sonrisa, desde la mecedora en el living consumiendo sus años en una última bocanada de tristeza.
Cric crac cric crac, el golpeteo continuo de su muleta, su silla de ruedas y su camilla de hospital.
Cric crac cric crac, el sonido cual golpe de gotas de lluvia chocando contra el ataúd barato camino al crematorio.
Cric crac cric crac, en la rampa que conducía a ese horno infinito que parecía tragarse todo, enfermedad, huesos y madera de un solo mordisco en su eterno bocado…
Cric crac cric crac y las palabras casi incomprensibles con el último aliento, en un susurro…que lo que quede de mí vuelva al lugar de donde vine…

Tres horas manejando todos los santos días para terminar con el mismo stress de siempre, los autos que se enciman unos a otros corriendo la inefable carrera del sometimiento urbano.
Si al menos el ruido se aplacara un poco, si me pudiera sacar todos los recuerdos de un saque con guillotina, si pudiera olvidarme y enterrar todas las promesas no cumplidas en el fondo del jardín…
Las cenizas que me miran todos los días cuando elijo corbata desde la urna siniestra, el ruido que no cesa y el alma acongojada.
Por qué elegir todos los días el mismo ruido?
Por qué volver siempre a una casa ruidosa, con mujer eficiente incluida de enorme resolución, con sonidos macabros que desgranan el cerebro?
Por qué volver a la rutina de la no discusión, de la sonrisa de plástico y del aislamiento vocacional?
En última instancia, qué somos más que engendros malditos de nuestra más genuina inoperancia y aceptación continua?
Qué somos más que un soplo o hálito divino de nuestro propio fracaso repetido?
Promesas que no se cumplen, penas para siempre.
Será que a uno le gusta vivir penando.

Cric crac cric crac

lunes

Humo, el del jardín

Historia 1 (La madre)

Nada es gratis en la vida… Cuarteto de Nos


Vino con la noche aunque no lo esperaba, parecía un cachorro enjaulado en las páginas de la memoria de alguien…o de nadie. Me hizo acordar a un perro lamiéndose las heridas…
Para tanto…? Seguro eso pensaría Vanesa, siempre tan al pedo que solo dice cosas cuando ya nadie quiere decirlas.
Pero lo mejor de todo…NO TUVE MIEDO, capaz que de puro inconsciente.
Cuando era chica mi papá siempre decía que el miedo era cosa de tontos y será que eso me quedó grabado en algún lugar de la memoria y por ahí descansa como idea encajonada…Dejémoslo así, mejor sigo contando mientras me desahogo.
Tenía ojos tristes como platos voladores y el pelo como gomaeva, de tan sucio se hubieran podido sembrar papas y capaz que algo brotaba. Igual, nada que no tuviera solución, en el corto plazo, porque el problema…era más grave.
No pude preguntarme a mi misma que iba a hacer con eso, ni paso por mi enrulada cabeza el pensamiento concreto de buscar salidas. Siempre la misma! -diría mi vieja-Incapaz de vivir en el mundo real (aunque a mi modesto entender la que siempre le buscó el pelo al huevo es ella)
A mi sólo se me ocurrió donde ubicarlo, lo demás lo dejé a resolver, en manos de otro mejor, total, a mí, que podía cambiarme?
Craso error, podía cambiar todo pero yo no lo sabía, siempre en mi mundo de mariposas de colores y páginas en blanco siempre listas para ser escritas.
Cuando empezó a hablar decidí ponerle nombre, total, lo que decía no se entendía nada. Le puse Humo porque tenía cara de. Se acostó a dormir en el almohadón del perro que estaba en el comedor diario desde que murió Toto, nuestro dálmata y no me preocupé por largo rato; había tanto que hacer que la verdad, ni ahí iba a perder mi tiempo en pensar demasiado cosas que después podían ser arregladas.
El tema fue cuando se despertó…Yo atareada con mis cosas ni bola que le dí y seguí en lo mío. Empezó gritando despacito hasta que el ruido se hizo casi insoportable. Intente aislarme pero igual el sonido chirriante que parecía salir de su garganta, o lo que fuera que tuviera, molestaba y molestaba cada vez más.
No sé muy bien por qué pero a medida que el sonido aumentaba la casa se fue poniendo cada vez más oscura, como si a la luz le costara entrar por los enormes ventanales.
No sabía muy bien qué hacer, si dejaba lo que estaba haciendo capaz que me encontraba con algo difícil de digerir, si seguía en lo mío…capaz se cansaba.
Pero no…El muy guacho seguía con ese sonido que sonaba cada vez más aterrador (sería por la falta de luz?)
Empecé a encender todo lo eléctrico para hacer más ruido que él.
De golpe, la cocina se llenó de sonidos familiares que peleaban unos con otros para ver quien tronaba más fuerte cual sinfonía de vayaasaberquienconnombrealeman en un baile elíptico de licuadoras, batidoras y la kenwood vieja de la abuela que más que aparato funcional era reliquia.
No logré nada, a más ruido mío, más chirrido de su parte.
Sentí su presencia cada vez más fuerte, casi respirándome en la espalda.
Aun así no me di vuelta, empecinada en no demostrar nada.
Un pedazo de su carne apenas toco mi cuello y sentí el peor frio de mi vida, más que aquella vez que Vanesa me saco la campera en la pista de patinaje y de puro cabeza me quede una hora más en el hielo.
Seguía sin darme vuelta, con el cuello tenso y la mirada bien fija hacia adelante. Mi mano se deslizo rápidamente hacia el rack de cuchillos que estaba frente a mis ojos. Con un manotazo rápido agarre el más grande y en un giro inesperado se lo clavé en el medio de esos enormes ojos tristes.
Quedó tirado en el piso de mosaicos de la cocina dejando un reguero de líquido azul verdoso.
Mientras veía como la vida se le iba la verdad me entró un poquito de lástima, parecía tan poca cosa ahí tirado…
La próxima vez no me pasa, ni loca, con solo una vez me basta (para muestra basta un botón como decía la tía Pocha) y encima ahora tener que limpiar todo el chiquero que quedó!
Lo metí en una bolsa de consorcio negra y la puse afuera para que se la llevara el camión de la basura de las 8 de la noche.
Mientras limpiaba el piso me agarré una bronca negra, maldito piso blanco, ni con lavandina le podía sacar las manchas! Me prometí a mi misma terminarla con el temita ese de la hospitalidad y la bondad humana.
La próxima vez que caiga algo del cielo en mi jardín, que lo ayude mongo, habrase visto!

Faltaba más.